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Carmen Rodríguez Campoamor
Carmen Rodríguez Campoamor, infatigable luchadora, representa muy bien a aquellas mujeres que, con el breve paréntesis de libertad que supuso la II República, tuvieron una vida difícil sufriendo discriminación por ser mujeres, de izquierdas, haber estado perseguidas, encarceladas, con maridos también encarcelados y teniendo que ejercer de auténticas cabezas de familia, ocupándose de mantener la casa (con trabajo formal o informal), educar y cuidar a los hijos e hijas, militando clandestinamente y luchando por la amnistía y la libertad. Esta cálida semblanza, escrita por Aida Sánchez Rodríguez para la Revista C8M 10, nos sirve para homenajear a una mujer cuya entrega permanente a la lucha y al compromiso por las libertades democráticas , la justicia social y a la solidaridad resulta imprescindible, por lo que merece formar parte con nombre propio de esta memoria colectiva.
Cuando la Revista C8M me propuso que escribiera un artículo sobre mi madre, Carmen Rodríguez Campoamor, me pareció una idea estupenda pero después no sabía qué podía contar sobre ella ya que Carmen no fue ni una feminista ni una sindicalista destacada.
Dándole vueltas me di cuenta de que era una mujer que representaba muy bien a aquellas mujeres que, con el breve paréntesis de libertad que supuso la II República, tuvieron una vida difícil sufriendo discriminación por ser mujeres, de izquierdas, haber estado perseguidas, encarceladas, con maridos también encarcelados y teniendo que ejercer de auténticas cabezas de familia, ocupándose de mantener la casa (con trabajo formal o informal), educar y cuidar a los hijos e hijas, militando clandestinamente y luchando por la amnistía y la libertad. Este es, pues, un pequeño homenaje a esas mujeres, algunas de las cuales han sido mi familia durante la infancia.
Carmen nació en Madrid, en 1920, hija única de Manuel y Elvira, obreros concienciados. Manuel era metalúrgico y Elvira planchadora, costurera y limpiadora en la Escuela de Ingenieros. Ambos eran militantes comunistas, Manuel ateo y Elvira católica, uno y otra respetuosos con sus creencias, y procuraron que Carmen tuviera una educación (según ella contaba, porque su padre quería que fuera independiente, sin necesidad de casarse para que un hombre la mantuviera). Ambos le enseñaron a Carmen la importancia de estudiar, de aprender, de respetar a los demás para exigir respeto, ser una persona justa y honrada y luchar por defender sus ideas.
Tuvo una infancia feliz, creciendo en la Escuela de Ingenieros, en el Retiro, estudiando en un colegio de Pacífico, aprendiendo a montar en bicicleta en la cuesta que baja desde la Plaza del Angel Caído; a ver la luna y los planetas algunas noches que el astrónomo de guardia en el Observatorio dejaba a los chavales que vivían por allí mirar por el telescopio; a jugar con el ajedrez mecánico fabricado por Torres Quevedo que estaba en la Escuela de Ingenieros, y yendo los domingos a ver los museos de Madrid con su padre y al cine con su madre. También supo de las huelgas y manifestaciones; la represión y la persecución de su padre durante la dictadura de Primo de Rivera; la proclamación de la II República y los cambios y libertades que trajo consigo.
Carmen estudió secretariado y francés, terminando en 1936. Después del verano iba a comenzar a trabajar como meritoria en la biblioteca de la Escuela de Ingenieros. Pero la guerra trastocó los planes. Su padre marchó al frente y ella se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas y junto con su madre, Elvira, militaron activamente. Carmen trabajó en la comisión de propaganda, yendo en un camión por los pueblos dando mítines sobre la importancia de ganar la guerra. En una Escuela del PCE conoció al que sería su marido y su gran amor: Simón Sánchez Montero.
En 1938 muere su padre en el frente del Ebro y al acabar la guerra en 1939 Simón y ella piensan en el exilio pero Elvira no quiere irse, y por no dejarla sola se quedan todos en Madrid, reanudando la militancia clandestina contra la dictadura. Simón, perseguido por la policía, se marcha a Sevilla donde permanece varios años. Carmen y su madre son expulsadas de la casa en que vivían y a ella le ofrecen, no el prometido trabajo en la biblioteca, sino el de fregar los suelos de la Escuela. Por supuesto, acepta, y además aprende a bordar. En varias ocasiones son detenidas, aunque no pasan mucho tiempo en la cárcel.
Simón vuelve a Madrid y al poco tiempo es detenido, en 1945. Pasa varios años encarcelado, en Burgos y en Alcalá de Henares; Carmen tiene varios trabajos para vivir y poder llevar comida a su marido y a otros presos. Elvira, madrileña guasona, le diría “lo que tu padre no te dijo es que ibas a ser tú la que tuviera que mantener a tu marido”. En 1952 sale Simón de la cárcel y pasan unos años juntos, en los que nacen sus dos hijos, Aida y Pedro. Pero Simón forma parte de la dirección del PCE y enseguida de nuevo es perseguido y tiene que pasar a la clandestinidad.
La casa donde viven, una corrala en Pacífico, es derribada y a los inquilinos les dan a elegir entre una vivienda en Vallecas o dinero. Carmen y Simón dicen a todo el mundo que se van a vivir fuera de Madrid, aunque en realidad se van a un barrio del otro extremo de la ciudad. Carmen tiene que ocuparse de su madre y de sus hijos, trabajando en casa bordando a máquina, y sin poder ver a nadie durante 3 largos años hasta que Simón es detenido nuevamente en 1959. Muere su madre y a Simón le trasladan, como castigo extra, a la prisión de El Dueso, en Santoña, donde permanece hasta 1966.
A la militancia en el PCE y la participación primero en las Asociaciones de Amas de Casa y después en la creación del Movimiento Democrático de Mujeres, Carmen añade, junto con otras mujeres, madres, hermanas de presos, una intensa campaña por la libertad de los presos políticos, dando visibilidad a la represión que ejercía la dictadura contra quienes se oponían a ella. Escriben y se entrevistan con quien se les ocurre que pueda hacerse eco y apoyarlas (desde intelectuales y artistas a obispos, ministros e incluso una delegación de mujeres va a Roma a entrevistarse con el Papa).
Mujer animosa, inteligente, luchadora, valiente, contradictoria, cabezota y con mucho genio, para mi hermano y para mí era una auténtica “supermana”: lo mismo nos hacía la ropa que pintaba la casa, hacía estanterías, arreglaba enchufes o los grifos, nos ayudaba con los deberes, sabía escribir a máquina, ¡hasta sabía montar en bicicleta! Aunque no se consideraba feminista, fue para nosotros el mejor ejemplo de que una mujer puede hacer lo mismo que un hombre. Pese a las penurias económicas, nunca nos angustió por ello ni se le pasó por la cabeza que dejáramos de estudiar ninguno de los dos. Tampoco nos transmitió el miedo que sin duda sentía cuando, con cierta frecuencia, venía la policía a casa y nos llevaba detenidos a los tres. Nos decía “coged algún cuento que nos tenemos que ir con estos señores”. Y allí nos montábamos en uno de aquellos Seat 1500 de la Brigada Político Social y nos pasábamos la tarde en la DGS hasta que la interrogaban y nos podíamos marchar a casa.
Consiguió dar una apariencia de normalidad a una vida que no lo era en absoluto, que no olvidáramos a nuestro padre y que estuviéramos orgullosos de él, intentando ir a verle lo más posible, pidiendo el dinero o reclamando en el Ministerio de Justicia unos billetes “de caridad” para el viaje a Santoña. Un viaje que duraba casi 24 horas, con cambios de tren, autobús y esperas interminables, con maletas y paquetes de comida y libros.
Cuando Simón salió de la cárcel no encontraba trabajo y Carmen, que tuvo que dejar de bordar por problemas ginecológicos, trabajó fregando escaleras, acompañando a niños en un autobús escolar, y varias cosas más. En 1970 fue detenida nuevamente y procesada por el TOP. Pasó un mes en la cárcel de Carabanchel y ese breve periodo supuso una convulsión familiar. Finalmente, empezó a trabajar de gobernanta en la clínica Los Nardos y allí estuvo varios años hasta que en noviembre de 1975 fue operada de un cáncer de matriz. La operaron una tarde y por la noche la policía detuvo a Simón en la habitación donde estaba con ella. Con ayuda de las enfermeras, llamó por teléfono a varios periodistas extranjeros para que difundieran la noticia.
Tras la operación, Carmen pasó a las oficinas de la sociedad que gestionaba la clínica, Esfera Médica, como administrativa. Afiliada a CCOO, participó primero en el Sindicato de Seguros y tras su jubilación, en 1985, en la Federación de Pensionistas. Además de estar en el Hogar del Pensionista, colaboró varios años en un programa que los pensionistas de CCOO tenían en una emisora de radio del barrio de Latina, militando en la organización del barrio del PCE y de IU. Inquieta y activa, se apuntaba a cursos (pintura, encuadernación…), atendía a sus tres nietos y disfrutaba con su marido, hasta que el Alzheimer de Simón la apartó un tiempo de muchas tareas para dedicárselo a él. Fallecido Simón en 2006, retomó algunas de esas actividades.
Hasta su muerte en 2012 siguió afiliada al PCE, IU y CCOO.
Se habla mucho de la épica de los luchadores y poco de la lucha de las mujeres que estuvieron a su lado, defendiendo las mismas ideas de una forma en muchas ocasiones menos épica y menos vistosa pero más cotidiana y necesaria. La vida de Carmen es un pequeño ejemplo.
Firma:
Aida Sánchez Rodríguez
Maestra y licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación, trabaja como periodista en la Secretaría de Comunicación de CCOO
aida@ccoo.es